17/4/10

ESPACIO PÚBLICO, SEGURIDAD Y CIUDADANIA.

Como profesional del área social, que trabaja en contextos de marginalidad o exclusión social, me pareció interesante plantear una reflexión que explorara las implicancias que tiene la perdida de los espacios público en el ámbito de la seguridad y del ejercicio de la ciudadanía.



El espacio publico, puede ser entendido como un territorio de relación y de identificación, de contacto entre personas, supone un dominio público, un uso social colectivo e interacciones con los demás (Valera y Vida 2001) [1].

Desde la filosofía política, se aclara que la libertad de acceso y uso de estos espacios, no implicaría que se pueda hacer lo que se quiera en ellos, sino aquellos usos cívicos, que han sido convenidos o que al menos no han sido prohibidos en base a acuerdos que se han tomado libremente (Neira 2007)[2].
Según Borja, la calidad del espacio publico se mide por la intensidad y la calidad de las relaciones sociales que facilita, por su fuerza mixturante de grupos y comportamientos y por su capacidad de estimular la identificación simbólica, la expresión y la integración culturales (Borja 1998) [3].
De esta manera son características del espacio público una integración parcial, un sistema social abierto y la interacción entre desconocidos (Bahrdt, 1969)[4]. constituyéndose en un lugar de la convivencia y de la tolerancia, pero también del conflicto y de la diferencia. En ese sentido, hasta hoy se sostiene que la ciudad es una forma de asentamiento que hace posible el encuentro entre personas anónimas (Sennett, 1983) [5], la presencia del extraño (Lofland, 2004)[6],
Es esta figura del extraño, del desconocido, precisamente la que estaría detrás del surgimiento de actitudes de desconfianza y en algunos casos de miedo, en las principales ciudades del mundo, al hacerse cada vez más cosmopolitas y multiculturales.
En las grandes urbes, el espacio público esta siendo percibido como un medio hostil, y una respuesta esperable ante un entorno amenazante es no salir, no exponerse, refugiarse en lugares privados: el auto bien cerrado, la casa bien enrejada, el barrio cercado y vigilado, el suburbio bien alejado (Davis 2001) [7].
De tal modo, muchas personas, en la medida de sus posibilidades, tratan de adquirir y poner en el espacio privado la mayor cantidad de artefactos y lugares tendientes a satisfacer necesidades que antes solían resolverse en la ciudad. Por ejemplo, la televisión y el video en lugar del cine, el teatro o el concierto; la computadora y el teléfono en lugar de la visita o la reunión con amigos; el jardín o la terraza en sustitución del parque o la plaza; el paseo en auto en vez de la clásica caminata por los paseos urbanos; la piscina privada en vez de la playa; los aparatos para hacer ejercicios en vez del gimnasio.
Asi, la creciente connotación negativa que se atribuye a los espacios públicos, caracterizados como viejos, sucios, feos, contaminados y peligrosos, está generando una pérdida progresiva de estos, los que abandonados, están siendo reemplazados por los lugares que se definen como privados de uso público, semi públicos o semi privados, imponiéndose los malls y los condominios, los que son visualizados como modernos, seguros, limpios y tranquilos. (Remedi, 2000) [8]
No resulta extraño entonces, que en las ciudades los distintos grupos sociales estén desarrollando identidades cada vez más rígidas y/o excluyentes, dado que cada vez se pierde más el contacto con otros grupos, con otras identidades, se tiende a vivir en barrios de semejantes en los que se comparte intereses y visiones del mundo similares.
Esta segregación social se plasma en el espacio urbano a través de la segmentación de usos, alejando la posibilidad de la interacción con “otros” diferentes, generando lo que Trevor Boddy (2004) [9] denomina “ciudad análoga”, como un simulacro o analogía de la ciudad porque descuida la “civitas” y la “polis”, como también han expresado Jordi Borja y Zaida Muxí (2001) [10].
Por otra parte, es necesario considerar, que estos espacios ofrecen ventajas practicas que les hacen sumamente atractivos, por ejemplo, los malls han sido capaces de incorporar de numerosos y diversos elementos de la vida urbana, han evolucionado incorporando inicialmente grandes tiendas y patios de comida, para luego agregar restaurantes, centros de juegos, cines, centros médicos, servicios para el automóvil, gimnasios, hoteles, universidades y otros servicios, hasta constituir conglomerados de alta complejidad y especialización (Morales, 2008)[11].
En este contexto de construcción social de la inseguridad, se abandona el espacio público, se pierde la solidaridad y el interés por los otros.
La percepción de inseguridad y el abandono de los espacios públicos funcionan como un proceso circular y acumulativo. Si se pierden los espacios de interacción social, los lugares en donde se construye la identidad colectiva, también aumenta la inseguridad.
En oposición, parece ser que una de las cosas importantes para el desarrollo de una comunidad es la existencia de un espacio público de encuentro, de co-presencia. En muchos casos, el control natural en el espacio público se da por la presencia de las personas en las calles, plazas y pasajes, entre otros.
Humberto Gianini (1999) [12] señala la necesidad de lo público, de tener lugares y momentos próximos a la reflexión, de espacios que constituyan ciudadanía recuperada.
En cualquier caso, tampoco parece lógico plantear un dilema entre espacios privados y públicos, si el mall es mejor que la plaza, o si los condominios son superiores que otro tipo de soluciones habitacionales.
Tal vez lo más apropiado es las ciudades tenga ambos tipos de espacio, se observa que ciudades como Barcelona y Buenos Aires están preocupadas de mantener sus espacios públicos, de modo que no resulte tan atractivo para los habitantes emigrar de sus barrios, de sus plazas, de sus calles.
En este sentido, la psicología ambiental o de la ciudad, puede hacer un aporte importante, en temas como la seguridad pública, la recuperación de espacios urbanos y el fomento de la participación comunitaria.
Por ejemplo en comunas de Santiago como Puente Alto, La Granja y Peñalolen[13], se han desarrollado experiencias de Prevención Situacional del Delito[14], desde el año 2000 en adelante (CEP), en tales experiencias participan conjuntamente profesionales del área de la construcción como Arquitectos, Ingenieros, Urbanistas, etc, encargados primordialmente de rediseñar y adecuar el medio físico, de forma que adquiera características que dificulten la comisión de delitos de oportunidad y la percepción de temor, sumados a profesionales del área social (Psicólogos, Asistentes Sociales, Antropólogos, etc) realizan intervenciones que procuran el aumento de la cohesión social, facilitando la participación comunitaria en las fases de diagnostico, planificación, ejecución y evaluación de los proyectos (Schneider 1998)[15].
Programas como este, requieren de equipos con especialización en trabajo comunitario, con manejo teórico - metodológico, de modo de hacer más integrales los planes de intervención, incluyendo el abordaje de los problemas sociales, la movilización de la comunidad, que sepan llevar a cabo estrategias de intervención en red, articulándose con efectividad y eficiencia con los agentes externos.
En vista de lo anteriormente desarrollado, se evidencia que la mantención de espacios públicos seguros, no pasa solamente por implementar un cierto tipo de tácticas pertinentes, sino que también en hacer que la comunidad se apropie de su ambiente y pueda construir lazos de confianza y solidaridad que le ayuden a mejorar su calidad de vida en una ciudad, para ello, en necesario promover una ciudadanía activa que cuida, protege y utiliza el espacio ambiente (Marcus y Vourch, 1994) [16]

[1] Valera, S. y Vidal, T. (2001). Privacidad y Territorialidad. En J.I.Aragones y M. Amerigo (Eds.), Psicología Ambiental. Ediciones Pirámide. Madrid. España.
[2] Neira, Hernan (2007): “Espacios públicos y construcción social - Hacia un Ejercicio de Ciudadanía”, Articulo “La Naturaleza del Espacio Público una Visión desde la Filosofía”, Ediciones SUR, Santiago, Chile.
[3] Borja, Jordi (1998) “Ciudadania y Espacio Publico”, Revista “Ambiente y Desarrollo”, VOLXIV-Nº 3, CIPMA, Barcelona, España.
[4] Bahrdt, Hans (1969). Die moderne Grossstadt. Soziologische Überlegungen zum Städtebau. Wegner Verlag, Hamburgo, Alemania.
[5] Sennett, Richard.(1983) Verfall und Ende des öffentlichen Lebens. Die Tyrannei der Initimität. Fischer Taschenbuch Verlag, Frankfurt am Main, Alemania.
[6] Lofland, Lyn (2004) "The Real Estate Developer as Villain: Notes on a Stigmatized Occupation." Studies in Symbolic Interaction: A Research Annual.
[7] Davis, Mike. (2001) “Control Urbano: la ecología del miedo” VIRUS Editorial. Barcelona. España.
[8] Remedi, Gustavo (2000), La ciudad Latinoamericana S.A. (o el asalto al espacio público) Hartford, Conn.
[9] Boddy, T. (2004). Subterránea y elevada: la construcción de la ciudad análoga. En M. Sorkin (Ed.), Variaciones sobre un parque temático. La nueva ciudad americana y el fin del espacio público (pp. 145-176). Barcelona: Gustavo Gili.
[10] Borja, J. y Muxi, Z. (2001). L’espai públic: ciutat i ciutadania. Barcelona: Diputació de Barcelona.
[11] Morales, Jorge (2008) Articulo: “Plaza o Mall”, Revista “Arquigrafias”, Escuela de Arquitectura, Universidad Finnies Terrae.Santiago, Chile.
[12] Giannini, Humberto. 1999. En Víctor Basauri, «Notas sobre espacio público y seguridad ciudadana». Santiago, SUR. No publicadas.
[13] Rau, Macarena, (2005) , Experiencia de Prevención en Terreno - Villa El Caleuche: Prevención a través del Diseño Ambiental, Revista “Mas comunidad, Mas Prevención”, Centro de Estudios en Seguridad Ciudadana – CESC, Universidad de Chile, Santiago, Chile.
[14] Jeffery, Clarence Ray. (1977) “Crime Prevention Through Environmental Design”. Sage Publications, USA.
[15] Stephen, Schneider (1998) .Canadian Cases Studies in Best Practices in Crime Prevention Trough Environmental Design. Canada.
[16] Marcus, Michel y Vourch, Catherine (1994): Security and Democracy, European Forum for Urban Security, 1994.

24/11/09

PRIVACIÓN DE LIBERTAD ADOLESCENTE EN CHILE, UNA REFLEXIÓN DESDE LA PRAXIS. (Version original del autor)



Ponencia elaborada para el “Primer Congreso Latinoamericano de Niñez Adolescencia y Familia” en Mendoza-República Argentina ante la comisión 4B “Derechos del Niño y Procedimiento: Justicia Penal Juvenil y Órganos de Protección de Derechos”.


RESUMEN: El presente texto es el resultado de una labor de reflexión que realiza el autor, en donde intentan contextualizar la emergencia del fenómeno de los jóvenes infractores de ley en Chile, partiendo por el rol del estado, las políticas de infancia, la marginalidad, la construcción de la identidad, la sociedad de consumo y la economía alternativa, para abordar finalmente el tema del la privación de libertad en el contexto de la ley de responsabilidad penal adolescente, vigente desde el 8 de Junio del año 2007.


Introducción

El presente texto se apoya en seis años de experiencia en el trabajo directo con adolescentes que se encuentran privados de libertad en la Región de Valparaíso, Chile. A través de la implementación de un programa de tratamiento en el ámbito del consumo de drogas, conocemos desde dentro el nuevo circuito penal en tanto sus semejanzas y diferencias al sistema anterior al que viene a imponer la Ley de Responsabilidad Penal Adolescente 20.084, cuando entra en vigencia en julio de 2007.

Antes de entrar en materia, intentaremos aportar un marco de referencia con algunos elementos que permitan situar la materia de nuestras reflexiones en el contexto de una realidad compleja y con aspectos bastante particulares (tanto legales como institucionales).

Es esta una reflexión en relación a la privación de libertad de adolescente en Chile, a partir de la nueva Ley, a partir de la praxis y desde una perspectiva enclavada en las Ciencias Sociales, la Salud Mental y los Derechos de los Niños.

1.- Estado Subsidiario y Políticas de Infancia.

En Chile, la constitución del 1980 instaura y legitima una nueva institucionalidad, la que consagró el tránsito desde un Estado de bienestar a uno de tipo subsidiario, que trasladó el protagonismo desde el Estado al mercado, desarrollando una política pública austera, que se expresó en un descenso de la inversión social, el cual se focalizó en las familias en condición de pobreza, imponiendo además, la externalización de los servicios sociales y la descentralización de la gestión en educación y salud[2].

Se produjo un incremento de población infantil en políticas selectivas de riesgo social y asistenciales, la internación masiva de “menores”, y una exclusión de demanda compleja (infractores, desertores escolares, niños de la calle).

Tal tendencia se comenzó a modificar con los gobiernos concertacionistas, los que procuraron ampliar la inversión en el área, aunque sin mucho cuidado por la focalizacion de los recursos y la efectividad de las políticas, lo que lleva en sus últimos años a la creación de un sistema de protección social que posee una diversidad programas para grupos vulnerables (entre estos la infancia y/o juventud), autoproclamando el abandono el enfoque asistencial.

En el área de la infancia, se ratifico la convención de derechos del niño, dando inicio a un proceso de reformas legislativas e institucionales, que permitiesen instalar el denominado enfoque de derechos.

En términos de la sociedad global, los adolescentes “marginales” y/o “infractores de ley” son visualizados como víctimas y/o amenazas según el caso, registrándose sobre intervención y control a sus familias desde los saberes profesionales, escasa consideración de sus propias capacidades y recursos, operando con prácticas que tienen fuertes componentes autoritarios, en las que se la valora a la familia desde lo discursivo, pero se la sustituye como solución a sus problemas[3].


2.- Marginalidad, marginación e Identidad Social



Acorde a este contexto, y en el marco de una sociedad donde predomina el neoliberalismo, actualmente se opera con la premisa que las condiciones en que desarrollan su vida las personas, y las acciones que realizan o no, son de exclusiva responsabilidad de cada sujeto. En este sentido, no es de extrañar que ocupe el término "marginales" para aludir a quienes se mantienen fuera del mercado, de la ley, o de ambos.

En el país, ha pesar de disminuir las estadísticas de pobreza, se han acentuado el fenómeno de la segregación urbana[4] - que existía ya antes - la separación entre los distintos estratos sociales, se replica de forma ostensible en las ciudades más importantes[5].

Existiendo amplios sectores de la ciudad, donde predominan elevados índices de indigencia y/o pobreza, desempleo y/o subempleo; un difícil acceso a servicios de salud y educación (de calidad); en lo habitacional se visualiza hacinamiento, deficiente urbanización; una presencia significativa de trastornos psicológicos como estrés, violencia intrafamiliar, conductas transgresoras como consumo-tráfico de drogas, delincuencia, etc.

Estos elementos resultan de suma importancia para avanzar en la comprensión de las dinámicas culturales, por las que quienes sufren de “exclusión social” pueden llegar a autoidentificarse como marginales. De tal modo que, el estar situado al margen de los recursos económicos y de las oportunidades (que se vinculan a un deficiente “capital social), es distinto a vivir la pobreza material como una mera circunstancia.

Lo anterior, no es extraño si consideramos que el carácter social de las identidades individuales, es reconocido por la mayoría de las concepciones sociológicas y psicológicas, de modo que teorías como el psicoanálisis, el interaccionismo simbólico, la psicología genética, y la teoría de la comunicación (en las ciencias sociales); que comparten la idea de que la identidad individual se forma interactuando en una variedad de relaciones sociales (Yañez, 1997)[6].

Tajfel (1981)[7] con su “Teoría de la Identidad Social” y la posterior “Teoría de la Autocategorización” (Turner, 1987)[8], plantean que el autoconcepto, se conforma al menos en parte por la identificación con los grupos de pertenencia y de referencia, esto lo hemos observado en un número importante de jóvenes con quienes trabajamos, los que desarrollan su vida en condiciones precarias, experimentando fuertes sentimientos de desesperanza “aprendida”, en este proceso, los grupos de pares, ya sean grupos de esquina, tribus urbanas, pandillas, barras bravas, etc. parecieran funcionar como retroalimentadores de la situación de “marginación estructural[9]”.

En otras palabras, muchos adolescentes legitiman la marginación y construyen su identidad a partir de la situación de ser mantenidos fuera, de modo que su condición deja de ser un dato estadístico o un índice, adquiriendo un sentido mucho más trascendente al convertirse en un espacio cultural.

3.- Sociedad de Consumo y la Economía Alternativa.

Paralelamente, el modelo promueve el consumo como valor social, el discurso desde la esfera política y especialmente desde los medios de comunicación, valida estilos de vida asociados a la posesión de objetos materiales y el acceso a servicios, fomentando un ambiente que acrecienta las expectativas.

Esto resulta paradójico, si consideramos que en las estadísticas del Banco Mundial el año 2005, Chile esta posicionado en el lugar numero 16 en un ranking de desigualdad en la distribución de los ingresos, en una lista de 127 naciones, los que verifica las cotidianas dificultades que existen para acceder a recursos sociales y económicos.

En este contexto, y dadas unas ciertas condiciones psicológicas, familiares y sociales, se generaría una “base de incentivos” que podría inclinar a "algunos" jóvenes a la comisión de delitos (robos, tráfico, etc.) los que "pueden" ser realizados de forma exploratoria, con mayor periodicidad, ser parte de las actividades cotidianas, o como una forma de trabajo "profesional" y/o a la evasión a través del consumo abusivo y/o dependiente de alcohol y drogas, o a ambos.

La hipótesis que respalda la correlación entre los incentivos sociales y la marginalidad estructural, adquiere fuerza al verificar las estadísticas del Ministerio Publico, las que dan cuenta del predominio de los delitos contra la propiedad, por sobre los de otro tipo.

Se hace necesario considerar, que en ciertos contextos de la marginalidad, el delito puede tener un mayor reconocimiento social, que vivir en la norma, lo que es denominado ser "vivo" y no "gil"[10], de tal forma, que optan por esta forma de vida, que según su punto de vista es más atractiva, que asistir a colegios que brindan una educación de dudosa calidad (PSU), conducente a tener trabajos precarios y mal remunerados.

Desde este enfoque, las conductas trasgresoras, especialmente la infracción de ley, se puede visualizar como una manifestación de lo que Doris Cooper llama "economía alternativa". Una estrategia ilegal, que permite a jóvenes sectores marginados la oportunidad de acceder a bienes y servicios, que creen muy difícil o imposibles de alcanzar por los medios legales[11].

Al interpretar este fenómeno desde la óptica de la existencia de una economía alternativa, se puede especular, que un porcentaje importante de los adolescentes que han infringido la ley penal, han realizado un cálculo, que utiliza de forma consistente el más puro raciocinio económico y/o instrumental.

Esto último, coincide con la clásica teoría de la anomia (Merton. 1938) [12], bajo la cual estos jóvenes manifestarían comportamiento innovador, ya que coincidirían con los fines del modelo, pero que rechazan las formas establecidas y legitimadas socialmente.


[1] Actualmente, cuenta con una población penal de alrededor de 140 adolescentes.
[2] Moulian, Tomás (1998) “Páramo del ciudadano”, en Chile Actual: Anatomía de un mito , LOM-ARCIS, Santiago, Chile.
[3] Larrain H. Soledad (2005), Presentación: “Políticas hacia las familias, protección e inclusión social”, Comisión Económica Para América Latina y el Caribe - CEPAL, Santiago, Chile. 28-29 junio.
[4] Para la Real Academia de la Lengua Española (RAE) segregar es “separar y marginar a una persona o a un grupo de personas por motivos sociales, políticos o culturales”
[5] Prieto D. Miguel “La segregación espacial de sectores sociales de bajos ingresos en las ciudades medias chilenas bajo el sistema económico neoliberal. La vivienda social depredadora del medio ambiente urbano años 1975-1998, ponencia presentada al 6° encuentro científico sobre el medio ambiente, CIPMA, Instituto de Estudios Urbanos P. Universidad Católica de Chile, 6 al 8 de enero de 1998.
[6] Yañez, Carlos (1997) “Identidad, Aproximaciones al Concepto”, Revista Colombiana de Sociología - Nueva Serie - Vol. HI No. 2. Bogota. Colombia.
[7] Tajfel, H. (1981) “Grupos Humanos y Categorías Sociales”. Traducción de Editorial Herder (1984). Barcelona: España.
[8] Turner, J.C. et al. (1987), ”Redescubrir el Grupo Social”. Traducción de Editorial Morata (1990). Madrid. España.
[9] Anzaldo, Carlos y Prado, Minerva (2005) “Índices de marginación, 2005”, Primera edición: noviembre de 2006. CONAPO, Mexico D.F.
El Consejo Nacional de Población Mexicano (CONAPO) señala que la marginación es un fenómeno estructural que se origina en la modalidad, estilo o patrón histórico de desarrollo; ésta se expresa, por un lado, en la dificultad para propagar el progreso técnico en el conjunto de la estructura productiva y en las regiones del país, y por el otro, en la exclusión de grupos sociales del proceso de desarrollo y del disfrute de sus beneficios.
[10] Ser vivo: puede interpretarse como ser rápido de mente, avisado; por el contrario ser gil sería ser tonto, o lento.
[11] Cooper Mayr, Doris (2002), “Criminología y delincuencia femenina” Teoría de la economía informal alternativa e ilegal” Lom ediciones, santiago-chile.
[12] Merton, R. (1938). Tesis doctoral, Ciencia, Tecnología y Sociedad en la Inglaterra del siglo XVII “ Articulo “"Social Structure and Anomie", American Sociological Review-3, páginas 672 a 682. Harvard University, Cambridge, Massachusetts, USA.

Autores :

Francisco Ubilla Pavez, Asistente Social, Magíster © en Psicología Social.

29/5/09

REFLEXIONES ACERCA DEL DESARROLLO DE LA PSICOLOGIA COMUNITARIA.


1.- Génesis y evolución.

EEl destacado academico Jaime Alfaro, plantea la existencia de una concepción de psicología comunitaria que la entiende como producto de un proceso evolutivo característico de la ciencia y el conocimiento, de modo que en forma gradual se habrian generado condiciones para que emergieran nuevas maneras de entendimiento.
La psicología comunitaria, pondría su énfasis en cuestionar maneras tradicionales de intervenir como el hospital psiquiátrico y la psicoterapia, de modo que abre el diálogo con otros campos teórico conceptuales, las que se expresan en la década de los 60, en innovadoras experiencias de intervención en salud mental, tanto en Europa como en los Estados Unidos (Alfaro:199x)[1].

Uno de los hitos más importantes para el surgimiento de la psicología comunitaria en los Estados Unidos es la Conference on the Education of Psychologists for Comunity Mental Health, que se realizó en mayo de 1965. (Montero: 2004)[2]

En este Congreso, se planteó la necesidad de generar una nueva formación para los psicólogos de modo que pudiesen presenciar un nuevo rol en la comunidad.
Desde otra perspectiva, se plantea que la psicología comunitaria tendría más relación con dinámicas históricas, en este sentido, se señala que en la década de los 70 se produjeron importantes movimientos sociales, a la vez que alcanzaban mayor difusión ideas políticas y económicas que hicieron posible concebir una psicología enfocada hacia los grupos y sus necesidades, a una conceptualización diferente de la salud y la enfermedad, está consigue al sujeto humano como un ser más activo, generando este modo una vecina socialmente más sensible, este no habría sido un fenómeno exclusivo de la psicología, sino que se enmarca en un movimiento de las ciencias sociales y humanas que en América Latina se habría iniciado a fines de la década de los 50 con el desarrollo de una sociología comprometida, militante dirigida primordialmente a los oprimidos, a los grupos más necesitados (Montero: 1994)[3].

Asi, la psicología comunitaria asumió el difícil y complejo desafío de abordar un nuevo tipo de problemas, los psicosociales o comunitarias, buscando establecer diálogo que trasciendan a la psicología o la psicología social de modo integral los aportes del conjunto de las ciencias sociales.
Se considera que los psicólogos comunitarios tienen en común la concepción de un acercamiento interdisciplinario que incluye aportes de la epidemiología, la sociología, la antropología, la psicología, entre otras y que además integra conocimientos de otras ramas de la psicología (Martinez: 1998)[4]

Según Alfaro la psicología comunitaria se distinguíria por su estrategia, la cual se caracteriza por intervenir primordialmente sistemas sociales, en niveles promocionales y preventivos y por medio de la relación participativa con los destinatarios.
Entre el general en los problemas que aborda la psicología comunitaria estarian definidos por su relevancia social, por el hecho ser de interés público, y estar construidos socialmente como prevalentes, siendo asumidos por el estado, las iglesias, las organizaciones ciudadanas, etc.
En este sentido la psicología comunitaria sería una práctica profesional que utiliza los recursos conceptuales y técnicos metodológicos de la psicología, no conformando una perspectiva conceptual particular y focalizándose en un objeto distintivo, diferenciándose por las estrategias que utiliza así como por la problemática que aborda (Alfaro:199x)[5].

Si observamos en su conjunto los desarrollos que tiene la psicología social en Chile, se aprecia que estas prácticas aparecen condicionadas por las demandas sociales que emergieron en los distintos periodos históricos, directamente vinculados con los modelos de desarrollo social y las lógicas institucionales que de ellos emanan (Alfaro: 2002)[6].

En este sentido, políticas sociales y las estrategias que les subyacen tiene una trascendencia fundamental, que supera el hecho de ser un contexto para el desarrollo de la psicología comunitaria, concibiendo se como un proceso sociohistórico que condiciona y determina las maneras que asumen sus prácticas interpretativas y de crecimiento posible.
Los inicios de psicología comunitaria nuestro país estarían en la década de los 70, lapso en que se llevan a cabo experiencias de trabajo comunitario que otorgan elementos de diseño y teóricos para afrontar problemáticas de salud mental. Tales experiencias se transformaron en lo que impulsaría la intervención comunitaria, las que de cantarían en dos corrientes de esta disciplina presentes en Chile, las cuales son la salud mental poblacional y la psiquiatría comunitaria (Alfaro: 1993)[7].

En cuanto a estas se destacan sus inicios vinculados a procesos de reforma y transformación de las instituciones de salud, en el contexto de visiones universalista es de la acción estatal en el contexto institucional del servicio nacional de salud.
Otro aspecto a destacar, es la importancia que le da a la participación, no sólo una estrategia de reducir costos por concepto de recurso humanos, sino por reconocer efectivamente el aporte que las culturas, expresadas en sus prácticas cotidianas pueden hacer al desarrollo de la salud mental valorando el relativismo cultural, considerando las como elementos trascendentes que se deben tomar en cuenta en el diseño de acciones curativas, preventivas o promocionales.

El desarrollo de esta disciplina en Chile, ha sido distinto a la que ha tenido en el resto de Latinoamérica dado el largo periodo en que el país estuvo sometido a un régimen militar, limitando el papel que las universidades pudieran tener en la investigación e intervención comunitaria, permitiendo una aproximación más que nada de corte asistencial, apoyado por las instituciones de la Iglesia.
Debido a lo anterior, no fue posible que se explicita la herencia de trabajo de las décadas anteriores, en el cual la psicología comunitaria jugaba un rol eminentemente institucional, re articulándose y desarrollándose al alero de partidos opositores al régimen, o vinculados al Iglesia Católica emergiendo en lo que se denominó desarrollo local, obviamente alejados de la institucionalidad oficial que desarrolla una política social focalizada exclusivamente a la extrema pobreza, considerando el ámbito de necesidades básicas.

Tras el retorno a la democracia, se da prioridad a buscar mecanismos de coordinación entre el estado, los municipios y las organizaciones no gubernamentales, generándose problemas de vida distintas concepciones y tradiciones que existen en la acción comunitaria, y con la forma en que el estado asigna recursos y toma decisiones.
Forma que adquirieron políticas sociales durante la década de los 90, da preponderancia a variables muy próximas a conceptos de la psicología comunitaria, que emergen del contexto de la promoción asistencial, definiendo sus objetos de atención, y objetivos en pro de la superación de ciertos déficits, privilegiando la intervención individual promoviendo el desarrollo de competencias para incorporar a los sujetos a los sistemas sociales, aunque reconociendo que existen condicionantes en la estructura social que originan grados diferentes de exclusión.
Es durante este tiempo que la atención social comienza ser considerada como un derecho ciudadano, así los servicios dedicados a esta tarea se articulan como instrumentos técnicos económicos y humanos con los cuales la sociedad cuenta para promover el progreso económico y social, además del desarrollo de condiciones de igualdad y libertad.

2.- Las distintas perspectivas.



Además de la discusión relativa al carácter histórico o evolutivo de la disciplina, existe otra que dice relación con las vertientes o tendencias que han emergido en esta, destacándose una que pone su énfasis en el ajuste y adaptación que dirige existir entre el sujeto y su ambiente, y otra que se centra más bien es transformar estos sistemas, dando protagonismo a los sujetos en su entorno comunitario y a los cambios de tipo estructural, (Alfaro : 1993a)[8].

Al interior de la primera perspectiva se encuentran el modelo ecológico y la salud mental comunitaria, la primera de estas destaca la importancia de factores medioambientales y sociales en el comportamiento y la necesidad de conceptualizar la acción es de una óptica intervenida y coactiva, bajo la premisa de que persona y ambiente constituyen una unidad funcional en cambio continuo.

Por su parte la salud mental comunitaria se sustenta en una crítica a las tradicionales definiciones intra-psíquicas de salud y enfermedad mental características del positivismo, dando relevancia a las fuerzas sociales en la determinación de la conducta humana, considerando a factores ambientales como los que pueden situar a las personas en situaciones de riesgo.
A la base de esta vertiente se encontraría el modelo conceptual de stress psicosocial, según el cual las personas que se enfrentan a situaciones de cambio mayores a las deseadas provenientes de su ambiente o de su característica psicológica propias, pueden desarrollar respuestas de innovación creativa, o de disfunción a automantenida, de ellas surgirían conceptos como redes de autoayuda, habilidades sociales, o red social de apoyo.

Por su parte, las perspectivas de psicología comunitaria de la transformación social, tiene su énfasis en el cambio social como una opción política, es que se corresponde con la psicología comunitaria en Latinoamérica, y su búsqueda de soluciones para el subdesarrollo.
Esta perspectiva se caracteriza por poner un énfasis en la transformación social, visualizando acción comunitaria como una actividad que tiene el fin de cambiar la realidad social por medio de procesos de reflexión acción, en ella las problemáticas sociales serían causados por la desigual estructura social, la que genera la mayoría de personas esté excluida de los recursos por derecho le ponen, de este modo, las teorías de la ideología, de alienación, y el poder, son utilizadas para comprensión e intervención. (Montenegro:2001)[9].

En ella, también predomina el enfoque del socio construcción misma, según el cual el conocimiento se da en los intercambios sociales, lo que supone problema atizar la relación entre la elaboración teórica y la aplicación del conocimiento.
Además, en éstas el agente externo hace explícito su compromiso con los integrantes de la comunidad, reconociendo la imposibilidad de asumir una ubicación de neutralidad en la intervención, estableciendo también relaciones horizontales entre intervenidos y quienes intervienen.

Por su parte, el modelo cultural, según Alfaro definiría el sentido de la acción del agente externo considerándolo como un promotor del desarrollo y ampliación de las capacidades propias de la comunidad actuando como un catalizador para transformar las estructuras sociales.
En este se hace relevante la participación de la comunidad, fomentando el poder y el control sobre sus vidas en forma colectiva e individual.

Así Montero, plantea una definición de psicología comunitaria señalando que ésta tendría el objetivo de estudiar factores psicosociales que permiten desarrollar, fomentar, mantener el control y poder que las personas pueden ejercer sobre su ambiente tanto social como individual, en pro de solucionar sus problemáticas, y lograr transformaciones en estos ambientes y la estructura social (Montero:1984)[10].

3.- El desarrollo de las prácticas.

Otro aspecto que resulta trascendente a considerar, es el relativo a los límites y características de las practicas de las psicología comunitaria y las implicancias que tienen para el desarrollo del trabajo en el ámbito comunitario.
Considerando, los elementos expuestos con anterioridad, se puede apreciar que emerge de forma persistente el tema de la intervención, como uno de los objetivos primordiales de la disciplina.
La intervención social, esta conformada por multiples practicas, en la que voluntarios, tecnicos y profesionales, trabajan en pos de encontrar respuesta a problemas sociales que se han definido, de forma general a raiz del planteamiento efectuado por entes sociales, ya sea personas, grupos, organizaciones sociales, instituciones o el estado.

Las intervenciones sociales, en general se sustentan en la premisa de que la acción de personas capacitadas técnicamente, podrán afrontar una demanda social produciendo bienestar para las personas hacia quienes se dirigen.
Así, distintas formas o modelos de intervención, llevarán a definir de forma diferenciada el tipo de problemas susceptibles de encarar, a los agentes involucrados, y una perspectiva acerca del conocimiento y el tipo de cambio social que resulta deseable.

De este modo, existen intervenciones dirigidas que son planificadas ejecutadas y evaluadas por parte de un equipo profesional. En las cuales están las intervenciones llevadas a cabo por los organismos de colaboración internacional, o los servicios sociales ya sean públicos o privados.
Por otra parte, ha intervenciones participativas que de manera intencionada y explícita incorporan a las personas afectadas en la solución de sus problemáticas. En esta línea se inscribirían modelos como la investigación acción participativa, la teología de la liberación y la educación popular, las que dan énfasis a trabajo entre interventores e intervenidos. (Montenegro:2001)[11].

La selección que se haga de instrumentos y metodologías para la intervención, implican de forma necesaria la existencia de una concepción acerca del mundo, y aquella realidad particular.
Según Freitas, dependiendo de factores sociales o institucionales, la psicología en la comunidad puede intervenir utilizando herramientas tradicionales en sitios donde no existen servicios de salud apropiados, donde las personas jugarán el rol de receptor de servicios profesionales especializados.
También podrían actuar poniéndose al servicio de las necesidades y demandas de la comunidad, entendiendo sus problemáticas como originadas por factores sociales y económicos o políticos, en lo que denomina psicología de la comunidad.

Otra opción, es la de la psicología comunitaria que establece una relación dialéctica entre profesionales, y las personas de la comunidad, práctica más bien por una concepción del materialismo histórico que es instrumentalizada para comprender los avances de la herencia dominante en las esferas objetivas y subjetivas de la vida humana.
Finalmente están las practicas que no es una diferencia entre el trabajo comunitario y otras intervenciones, enfocándose a intervenir en forma terapéutico analítica analizando los problemas como casos clínicos (Freitas:1994)[12].

[1] Alfaro, J. (199x). Discusiones en Psicología Comunitaria. Universidad Diego Portales. Santiago. (Chile).
[2] Montero, M. (2004). Introducción a la psicología comunitaria. Editorial Paidós. Buenos Aires. (Argentina).
[3] Montero, M. (1994). Vidas paralelas: Psicología comunitaria en Latinoamérica y en Estados Unidos. Universidad de Guadalajara. Guadalajara (México).
[4] Martínez, M. (1998). Psicología Comunitaria e Intervención en Comunidades. Pontificia Universidad Católica de Chile. Santiago (Chile)
[5] Alfaro, J. (199x). Op. Cit Nº1.
[6] Alfaro, J. (2002). Psicología Comunitaria y Políticas Sociales: Análisis de su desarrollo en Chile. http: www.psicologiacientifica.com
[7] Alfaro, J. (1993b). La Psicología Comunitaria en Chile durante la década del sesenta:
Aspectos Conceptuales y Operativos. En R. Olave y L. Zambrano (Eds.). Psicología
Comunitaria y Salud Mental en Chile (pp. 98-108). Santiago de Chile: Universidad Diego
Portales
[8] Alfaro, J. (1993a). Elementos para una definición de la Psicología Comunitaria. En R. Olave y L. Zambrano (Eds.). Psicología Comunitaria y Salud Mental en Chile (pp. 14-31). Santiago de Chile: Universidad Diego Portales
[9] Montenegro, M. (2001). Conocimientos, Agentes y Articulaciones: Una mirada situada a la Intervención Social. Tesis Doctoral. Universidad Autónoma de Barcelona
[10] Montero, M. (1984). La Psicología Comunitaria: Orígenes, principios y fundamentos
teóricos. Revista Latinoamericana de Psicología, Vol. 16, Nº3
[11] Montenegro, M. (2001), Op. Cit. Nº9.
[12] Freitas, M. (1994). Prácticas en comunidad y psicología comunitaria.

17/4/09

SOBRE LA DIFERENCIA SEXUAL Y EL CONCEPTO DE GÉNERO

En la década de los setenta el feminismo académico de origen anglosajón fue uno de los principales impulsores del termino genero (gender) con la pretensión de establecer una diferencia entre la biología, y las construcciones sociales y culturales (Lamas, 1986: 173-198)[1].


De este como, con el término sexo, se hace referencia a la base biológica de las diferencias entre hombres y mujeres; es decir, diferencias hormonales, genitales y fenotípicas.
Por otra parte, el concepto de género, se emplea “para referirse a la construcción sociocultural de los comportamientos, actitudes y sentimientos de hombres y mujeres”[2].

La determinación biológica del sexo.

La biología como ciencia ha desarrollado un conjunto de categorías y conceptos con propósito de explicar en detalle cómo el sistema fisiológico, los circuitos neurológicos, el mapa genético y la anatomía humana definen no sólo la diferenciación sexual sino también la identidad de género.
Disponiendo de un amplio marco teórico con una acuciosa práctica en el laboratorio, un número significativo de investigadores y especialistas en el tema de la diferencia sexual se han propuesto describir las bases biológicas las cuales, subyacerían a procesos involucrados en la definición del carácter y las motivaciones de hombres y mujeres[3].
Según la biología contemporánea, la diferencia sexual, en la especie humana viene determinada por la diferencia en el par de cromosomas veintitrés, identificado como XX en las mujeres y XY en los varones. Como cada gameto tiene sólo la mitad de la dotación genética, los espermatozoides de un varón difieren entre sí al cincuenta por ciento en el contenido genético del cromosoma veintitrés.
Cuando el óvulo femenino es fecundado por un espermatozoide con la dotación X el zigoto desarrolla caracteres femeninos; si la dotación es del tipo Y, el zigoto desarrolla caracteres masculinos[4].
Así, en el discurso científico biológico, se atribuye a las diferencias hormonales de varones y mujeres las diferencias de su comportamiento: "lo que nos da un cerebro macho o hembra (...) no es cuestión de genes, sino de las hormonas a las que nuestros cerebros en estado embrionario han estado expuestos en el vientre materno"[5]

Psicología evolutiva y género.

La psicología evolutiva también se ha interesado por describir las estructuras cognitivas o mentales que definen la identidad de género. Las investigaciones llevadas a cabo en esta disciplina sugieren la existencia de estructuras mentales de origen antiquísimo que subyacen a los diferentes estilos cognitivos y de conducta entre hombres y mujeres.
Neurólogos suelen estar de acuerdo acerca de la superioridad femenina en las tareas verbales y la superioridad masculina en las tareas visuoespaciales, siendo estas diferencias evidentes desde la infancia aunque se acentúan a partir de la pubertad (Narbona, 1989)[6]. Por otra parte, se señala, que los hombres tienen un mejor desempeño en las matemáticas y una pobre ejecución en habilidad verbal. (Hyde, 1996). [7]
Actualmente, se está desarrollando una serie de líneas de investigación que basadas en las anteriores sugieren que las diferencias en los modelos cognitivos entre uno y otro sexo surgieron porque resultaron ser ventajosas desde el punto de vista evolutivo, y su significado evolutivo reside probablemente en un pasado muy lejano (Gil-Verona, 2002)[8].
A lo largo de los millones de años que duró la evolución de las características de nuestro cerebro, el hombre vivía en grupos de cazadores-recolectores. En una sociedad así, la división del trabajo entre los sexos debería ser tajante, la caza y ciertas técnicas agrícolas, en particular arar, se atribuyeron a los hombres debido a su mayor fortaleza y tamaño. Tal especialización habría impuesto diferentes presiones de selección entre hombres y mujeres; aquéllos necesitarían encontrar caminos a través de largas distancias y habilidad para acertar a un blanco, las mujeres precisarían orientarse sólo en cortos recorridos, capacidad motriz fina y discriminación perceptiva a cambios en el ambiente (Fisher, 1999) [9]

Los procesos de socialización

La adscripción a un género, la percepción y el aprendizaje de comportamientos propios de un niño y de una niña, es uno de los aspectos de los procesos de socialización infantil. Y parece ser el aspecto central e inicial, en términos temporales, para la adquisición de una identidad en la mayoría de las sociedades humanas conocidas.
“El género consiste en la interpretación cultural del sexo, es decir, el conjunto de expectativas sociales depositadas sobre los roles a desempeñar por hombres y mujeres: lo que se espera de ambos” (Murillo. 2000)[10].
La identidad sexual del niño, dice Bourdieu, es el “elemento capital de su identidad social”, se construye al mismo tiempo que la representación de la división sexual del trabajo y, de acuerdo con las investigaciones psicológicas, queda tajantemente establecida alrededor de los cinco años de edad (Bourdieu 1991:133)[11].
Para Lamas esta adquisición es aún más precoz. Basada sobre investigaciones de psicología médica, esta autora afirma que la identidad de género se instala entre los dos y tres años de edad, al mismo tiempo que el lenguaje y “es anterior a un conocimiento de la diferencia anatómica entre los sexos” (Lamas.1986:188).
En efecto, uno de los principales aprendizajes del niño y la niña en su relación con los mayores, es su ubicación en las dos grandes particiones aceptadas en su sociedad: lo femenino y lo masculino. Esta distinción y adscripción es sostenida y representada mediante símbolos, el lenguaje, actos, prácticas, actitudes y tipos de personalidad.
Se ha demostrado que lo femenino se diseña en función de ciertos discursos socialmente compartidos los cuales engloban cierta clase de conceptos tales como afectividad, intuición, pasividad, improductividad, subjetividad, como por caso las lágrimas, la procreación, la plática, los amoríos, la melancolía, la alegría, la ambición, la libertad de conciencia de explotar obreros o dicho de otro modo, el sentimiento de culpa por ser tan eficiente y objetivo a la hora de hacer que la fábrica produzca (Fernández, 1994:23) [12].
En otras palabras, las relaciones de género se desarrollan alrededor de la división femenino/ masculino. Esta dicotomía es un mecanismo cultural que organiza y da sentido a las prácticas sociales que constituyen la identidad de género.
Mientras que la biología ve en la dualidad hombre- mujer una manifestación de las leyes de la naturaleza, otros investigadores consideran que esa dicotomía es parte de un universo ideológico que incluye una red más amplia de oposiciones: razón-emoción, mente-materia, cultura-naturaleza, arriba-abajo, público-privado.
Lara, señala que los hombres son más propensos a representarse invariablemente con cierta clase de caracteres asociados a lo público: pragmáticos, asertivos, racionales, orientados hacia metas, con mayor seguridad en sí mismos, etcétera.
En el mismo articulo, las mujeres, en oposición, tienden a describirse como femeninas, es decir, sensibles a las necesidades de los demás, tiernas, dulces, atributos que se consideran como parte de lo privado (Lara. 1995)[13].
En el mismo sentido, Daniel Cazés alude que la masculinidad se organiza a partir de la capacidad de mandar, organizar el mundo público empleando la fuerza y la inteligencia. (Cazes. 1996) [14]
Nuevamente, la feminidad se imagina como el polo contrario de la masculinidad: lo femenino es la intuición, los afectos, la pasividad.
Como bien R. Connell ha mencionado, la teoría del rol termina proponiendo que lo masculino y lo femenino es una especie de tipología similar a la tipología personalidad A y personalidad B: una lista interminable de rasgos o atributos que forman parte de la personalidad de los actores que han sido socializados en ciertas estructuras asociados con lo masculino y femenino (Connell.1995)[15].



Los riesgos del determinismo social.

En la teoría del ‘rol’ el actor queda eclipsado cuando se subraya la enorme importancia de la estructura social.
Con el objetivo de dejar espacio para la idea de actor es relevante abandonar el plano dualista exterior-interior en el que se mueve la teoría del ‘rol’ y asumir que la construcción del mundo (incluidos, obviamente, hombres y mujeres) es el resultado de procesos relacionales, de la interacción entre personas, y entre las personas y el mundo material (Gergen, K. 2001) [16].
No es extraño entonces que abunden en la literatura sobre el tema de socialización e ‘interiorización’ de reglas y valores conceptos tales como papel (rol) de género que denota formas coherentes y durables de conducta o acción impuestas socialmente.
El mayor riesgo de semejante postura teórica consiste en sustituir el determinismo biológico y psicológico por un “determinismo social”.
Bajo esta perspectiva teórica se define a los individuos como simples recipientes que están en disposición de acoger las influencias sociales y culturales que propician los agentes socializadores tales como la escuela, la familia, la religión o los medios de comunicación..
El péndulo, se ha desplaza así, al otro extremo. El enfoque biológico-cognitivo desaparece del discurso teórico de las instituciones y la cultura al momento de fijar su atención sobre el individuo.

Relaciones sociales y practicas culturales

Cuando se aborda el tema de esa relación entre fisiología, cognición e identidad de género, simplemente se toma como evidente la determinación que ejerce ya la biología, ya la mente sobre la acción social, sin brindar una explicación teórica al respecto (Edley y Wetherell, 1995)[17].
En el contexto que produjo el movimiento feminista se ha venido consolidando un enfoque relacional, una visión sociológica cuyo argumento central plantea que la realidad se introduce a las prácticas humanas por medio de la categorización y la descripción que forman parte de esas mismas prácticas (Potter, 1996)[18].
Este modelo relacional pone en el centro la idea de que la identidad de género es el resultado de prácticas culturales, de formas de actuar que la gente despliega en contextos o en escenarios sociales.
Así, la identidad y las relaciones de género no se consideran como la expresión de entidades ‘profundas’ o subyacentes, un epifenómeno de la fisiología humana o de procesos psicológicos. Se considera ante todo un logro social y cultural.
De este modo, así como Kenneth Gergen explica que las emociones deben entenderse como una forma de actuar o de relacionarse y hablar (Gergen. 1996)[19], se puede plantea “el género es una especie de filtro cultural con el que interpretamos el mundo, y también una especie de armadura con la que constreñimos nuestra vida” (Lamas, 2000)[20].
El género... no reside en la persona pero existe en aquellas interacciones que son construidas como parte del género. Desde esta perspectiva, la capacidad de vincularse con los otros o la moralidad es una cualidad de las interacciones no de las personas, y esas cualidades no están esencialmente conectadas con el sexo (Bohan, 1994:33)[21].
Este punto de vista coloca un mayor énfasis y radicalizar la idea de que la identidad de género es un producto de la actividad humana, que es un efecto, por demás, frágil e inestable, de relaciones sociales las cuales son coordinadas mediante ciertos mecanismos culturales, entre ellos el lenguaje.
Es posible indagar las relaciones de género en las maneras en como se organizan, por ejemplo, la división del trabajo, el parentesco, las relaciones erótico-sexuales, etcétera. En este sentido, las relaciones de género se producen y reproducen en otros espacios institucionales y al hacerlo influyen en la dinámica de esos espacios.
Así, en la medida en que se suprime la idea, de la identidad de género se define características inherentes a la personalidad de los individuos, por estructuras biológicas; o por un conjunto de reglas que se imponen socialmente.
Se hace posible plantear que la identidad de género se va edificando justo durante el proceso acción, mientras se desarrollan las prácticas sociales, que a su vez, y mediante las cuales se procede a categorizar a las personas ya como hombres o ya como mujeres.
En términos breves, desde esta posición teórica, el género se concibe como una forma de actuar, de relacionarse unos con otros al tiempo que se utilizan ciertos recursos culturales que están disponibles en el seno del grupo social.
En la medida que no se halla establecido por estructura o esencia alguna, el género puede concebirse como una acción en sí misma, y no como una acción a la que subyace ‘algo más’.
Como enuncia Nigel Edley en referencia con la masculinidad: En donde el análisis de la psicología tradicional ha visto hombres reparando sus automóviles y sus repetidas conversaciones sobre fútbol y cerveza como huellas, y empezaron a indagar sobre el animal que las produjo, la psicología discursiva insiste que esas palabras y acciones son la bestia en sí misma (Edley 2001)[22].
La masculinidad se considera como una consecuencia antes que la causa de esas actividades.
Por ejemplo, Bohan (1997: 39) citando diferentes estudios asevera que se ha demostrado que algunas mujeres se comportan de forma más tradicional cuando ellas interactúan con un hombre cuyas actitudes hacia las relaciones de género son conservadoras que cuando ellas se relacionan con hombres con posturas más liberales (Boham 1997)[23].
Desde esta perspectiva, se plantea analizar y describir las relaciones de género reuniendo la atención en los recursos culturales (por ejemplo, los mecanismos discursivos que se emplean) y procesos relacionales que se colocan en marcha en contextos sociales más o menos definidos.
Y en términos de metodología, una substancial secuela es que el sujeto es removido como el centro del análisis, ocupando su lugar, como una nueva unidad de análisis, la acción social y los recursos culturales, las que se utilizan durante el desarrollo para categorizar y dar sentido justamente a esas prácticas sociales.
Como señala M. Wetherell “La unidad de análisis no es la persona pero sí el repertorio lingüístico o el sistema de categorización y sus implicaciones ideológicas”. Como se ha detallado aquí, ahora la identidad de género se refiere a un conjunto trascendente de relaciones o intercambios de carácter social, a la producción y reproducción de significados que proporcionan sentido a las acciones desplegadas en determinados escenarios y a la organización de la experiencia y el sentido de sí de los actores implicados (Wetherell. 1997: 164)[24]
Y en la medida que esta compuesta de múltiples y a veces contradictorios mecanismos discursivos que regulan un conjunto de acciones o relaciones sociales, y con los cuales se da forma ‘a la realidad’ y se establecen evaluaciones de carácter moral, la identidad de género depende íntegramente de la situación, de la manera en cómo se negocie, del lugar que los individuos ocupen en las relaciones sociales que se ponen en marcha y de los modelos discursivos que se utilicen para dar sentido a la acción.
Por ultimo, y aun cuando existen, tradiciones culturales y desarrollos históricos que aplican ciertos límites a los procesos de acción, siempre es viable que dentro de esos márgenes se provoquen rompimientos e innovaciones que amplíen o disminuyan los límites dentro de los cuales las relaciones de género se desenvuelven.

[1] Lamas, M. (1986), “La antropología feminista y la categoría genero”, en Ludka de Gortari (coord.), Estudios sobre la mujer: problemas teóricos, Nueva Antropología, Nº 30, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología / Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa.
[2] V. Maquieira (2001). "Género, diferencia y desigualdad", en E. Beltrán, V. Maquieira, S. Álvarez y C.
Sánchez. Feminismos. Debates teóricos contemporáneos. Madrid: Alianza. Págs. 127-190. Pág. 159.
[3] Saúl Gutiérrez Lozano (2006) “Género y masculinidad: relaciones y prácticas culturales”, Revista de Ciencias Sociales (Cr), año/vol. I-II, número 111-112, Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica. pp. 155-175.
[4] Badinter, 57; W. Cromie, "Making Sense Out of Sex Ratios", Harvard Gazette, 23 junio 1993, 10.
[5] A. Moir y D. Jessel, (1992) Brain Sex: The Real Difference Between Men and Women, Carol, Secaucus, NJ, pp. 36.
[6] Narbona, J. (1989)"Lateralización funcional cerebral: Neurobiología y clínica en la infancia", Revista de Medicina de la Universidad de Navarra, España, pp. 33-34.
[7] Hyde, S. J. (1996) “Where are the Gender Differences? Where are the Gender Similarities?” In: Sex, Power, Conflict. Eds.: Buss, D.M. & Malamuth, N.M., New York: Oxford.
[8] Gil-Verona (2002), “Diferencias sexuales en el sistema nervioso humano - Una revisión desde el punto de vista psiconeurobiológico”, Revista Internacional de Psicología Clínica y de la Salud, Vol. 3, Nº 2, pp. 351-361. Valladolid (España)
[9] Fisher, H. (1999). The fisrt sex. Nueva York: Random House.
[10] S. Murillo (2000). Relaciones de poder entre hombres y mujeres. Los efectos del aprendizaje de rol en
los conflictos y en la violencia de género. Madrid. Federación de Mujeres Progresistas. Pág. 14.
[11] Bourdieu, P. (1991) El sentido práctico. México. Taurus.
[12] Fernández, C. P. (1994) La Psicología colectiva un fin de siglo más tarde. México: Anthropos-Colegio de Michoacán.
[13] Lara, A. Ma. (1996) “Masculinidad y feminidad”. En: Antología de la sexualidad humana. Vol. I. México, Distrito Federal. Consejo Nacional de Población.
[14] Cazés, D. (1996) “La dimensión social del género: posibilidades de la vida para mujeres y hombres en el patriarcado”. En: Antología de la sexualidad humana. Vol. I. Consejo Nacional de Población. México, DF.
[15] Connell, R. W. (1995) Masculinities. USA. University of California Press.
[16] Gergen, M. (2001) Feminist Reconstructions in Psychology. USA: SAGE-Publications.
[17] Edley, N. & Wetherell, M. (1995) Men in Perspective. London. Prentice Hall.
[18] Potter, J. (1996) La representación de la realidad. Barcelona: Paidós.
[19] Gergen, J. K. (1996) Realidades y relaciones. España. Piadós.
[20] Lamas, Martha -compiladora-. El género. La construcción cultural de la diferencia sexual. Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG),Editorial Porrúa,2000.México, D.F.
[21] Bohan, S. J. (1997) “Regarding Gender. Essentialism, Constructionism, and Feminist Psychology”. En: Toward a New Psychology of Gender. Eds.: Gergen Mary y Sara N. Davis. New York: Routledge.
[22] Edley, N. (2001) “Analyzing Masculinity: Interpretative Repertoires, Ideological Dilemmas and Subject Positions”. In: Discourse as Data. Eds.: Margaret Wetherell, Stephanie Taylor & Simeon Yates. London: Sage-The Open University.
[23] Bohan, S. J. (1997) “Regarding Gender. Essentialism, Constructionism, and Feminist Psychology”. En: Toward a New Psychology of Gender. Eds.: Gergen Mary y Sara N. Davis. New York: Routledge.
[24] Wetherell, M. (1997) “Linguistic Repertoires and Literary Criticism: New Directions for a Social Psychology of Gender”. In: Toward a New Psychology of Gender. Ed.: Gergen, M. y Davis, S. New York: Routledge.